miércoles, 8 de septiembre de 2010

Paseos familiares en mi infancia





Durante mi primera infancia en Concepción, mi familia, mis tíos y primos y mi abuela María, acostumbrábamos a realizar paseos en los cuales también se incluían nuestras
nanas.
Temprano en la mañana nos reuníamos todos en las afueras de la casa de mi tía Elba
y luego subíamos a los vehículos los diferentes elementos para hacer más feliz el día: frutas, verduras, pan amasado, huevos duros, queques, quesos, carnes varias, ensaladas, damajuanas con vino tinto y blanco, encurtidos, chales, cojines, trajes de baño, toallas, hamacas y un surtido de chiquillos y adultos.
Al finalizar la preparación logística, partíamos en una caravana de autos rumbo a Florida, conocido como Las Trinitarias y pronto comenzaba a sentirse en el
aire el olor a poleo. Los mareos y los vómitos se manifestaban en algunos niños (me incluyo) por las pronunciadas curvas en el camino. Una vez escogido el lugar a orillas del río Andalién, los niños nos poníamos nuestros trajes de baño y los adultos comenzaban a montar el campamento. Las sandías y los melones se ponían a helar enterrados en la arena dorada bajo el agua del río. Mi abuela María comenzaba a preparar los porotitos verdes que luego servirían para montar una enjundiosa cazuela de cordero la cual preparaba en un fondo en donde ésta se cocinaba en un fuego armado en la arena con ramas y leña. Las demás mujeres instalaban los chales en el suelo y sacaban la loza y los suministros, preparaban las ensaladas de tomates con cebollas y cilantro, porotos verdes, las infaltables papas con mayonesa, el pebre cuchareado y pelaban los huevos duros porque a los niños rápidamente nos venía un apetito voraz. Mis tíos eran los encargados de preparar el asado al palo y el vino en unos melones con la fruta picada.
A la hora de almuerzo, los niños comíamos primero. Un plato de cazuela espolvoreada con cilantro y luego un trozo de asado con ensaladas surtidas y de postre un trozo de helada sandía o melón y……… luego nuevamente al agua previo reposo. Peligro prácticamente no existía puesto que el río era poco profundo y cristalino. Los adultos comían una vez que los niños habíamos terminado y desarrollaban una larga sobremesa instalados en los chales.
Al atardecer tipo cinco de la tarde, nos preparaban sándwiches con la carne sobrante del asado o con queso y trozos de queque con té con leche.
Tipo seis y media de la tarde, se levantaba el campamento y emprendíamos el regreso a regañadientes por lo bien que lo habíamos disfrutado.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Devotos de la buena mesa en el San Remo




Persiguiendo el objetivo inicial de encontrar lugares en donde por $5000 un jubilado pueda degustar un condumio decente, Los devotos de la buena mesa (tres hermanas y un hermano) decidimos ir a almorzar al San Remo. Este bar-restaurante carece del mínimo glamour.Tiene la apariencia de un bar guachaca en donde no sería raro encontrar a tipos curados como tagua aunque en ese momento solo se veían bastantes comensales absolutamente sobrios.El frío se colaba en su interior y aunque modesto se apreciaba limpio.
Pero vamos al meollo de la cuestión que no es la estética ni el ambiente sino la comida. Decidimos atacar el menú. La carta no existe pero sí la de vinos sumada a la prodigiosa memoria del garzón, atento y simpático. Como la carta no es extensa pedimos 2 arrollados de huaso, 4 hamburguesas y papas fritas de acompañamiento para compartir entre cuatro. De bebestible una botella de un carmenère Santa Emiliana(de $1800 en supermercado) pero de $4800 en el bar.

Durante la espera, llegaron unas crujientes y buenas marraquetas(a temperatura ambiente), una porción de mantequilla y otra de convencional ají. Diez minutos después llegó nuestro pedido. Todo de una buena apariencia. El arrollado de tierna cobertura (cuero), de sabor agradable, con predomio de lo picante aunque algo seco en su interior.

Las hamburguesas de tamaño mediano, doradas, bien condimentadas pero secas. Las papas fritas gruesas,de buen sabor y buen logro. El vino propicio para paladares no exigentes. Faltó en la carta un buen pipeño o borgoña o algún brebaje creativo propio del establecimiento. En líneas generales le calzarían las 2 BB, es decir: Bueno y barato, nunca bonito.

Después de una razonable tertulia sobre los achaques de cada uno y demases, pedimos la cuenta que arrojó $20.700 más el 10% de propina. Dividido por 4 = $5850 por persona.